Mokõisa


Texto: Marthina Apodaca
Foto: Gentileza

¡Oh, guau! Esa celebración de la que todo el mundo estuvo hablando desde hace meses fue mucho más grande de lo que pensé, pero… ¿qué es exactamente lo que se estará celebrando? ¿El país estará de cumpleaños? Mamá me dijo que sí, que cumplirá doscientos años… ¡Doscientos años! El país es un viejito todo arrugado en mi imaginación. También sofisticado si es que pienso en las fotos de la historia que nos mostraron las profesoras.

Ahora ya es de noche, pero este día no lo olvidaría nunca. Fue más que divertido. Vi globos enormes en el cielo, vi a los edificios vestidos de gala y también comí tantas cosas ricas que antes nunca había probado. Siento que podría haber reventado en cualquier momento del día por todo lo que he comido, pero eso no me había detenido para danzar junto a las bailarinas. Se habían asemejado a las hojas de otoño cayendo y siendo llevadas por el viento fresco en tal temporada.

¡Además, no era el único con toda su familia por las calles! Eran tantas personas, muchas como si una infestación de hormigas salieran de su hormiguero que suelen hacer en el patio de nuestra casita para poder disfrutar de estos días, de los que nos ofrecían para conocer. Aquello fue lo que me apartó de mi familia por un rato largo.

De repente, sentía el nudo en mi garganta pero no lloraría, tuve que seguir los pasos que me habían enseñado mis padres anteriormente. En caso de perderme debo encontrar a un adulto con autoridad o quedarme en mi sitio, por si mi familia viene a buscarme luego de percatarse mi ausencia.

El nudo simplemente crecía y crecía, daba miedo, me arrinconaban los adultos con preocupación pero yo solo quería a mi mamá. Por suerte, luego de unos minutos de estar llorando, mi madre, con la cara retraída en una expresión de preocupación, corrió hacía mi dirección y sus brazos me envolvieron en lo que fue el abrazo más cálido que tuve en toda la vida. Definitivamente el evento de haberme separado de mis padres  mientras paseábamos es una lección de vida, para no repetir los mismos errores. 

Y aunque hayan terminado estos dos días tan importantes y memorables para nuestro país, el alma la sentí más viva que nunca mientras compartía con gente que tal vez nunca volvería a ver. Recordando el olor de la… ¿paguaja? ¿japagua? ¡Pajagua mascada!

Ese olor tan incitante no se me borrará jamás de la cabeza. Definitivamente la volveré a comer en un futuro, quizás hasta aprenda a hacerlo cuando me vuelva mayor como papá. Lindo bicentenario, espero poder verte de nuevo en esta vida ¿Podré? Creo que seré muy viejo para ver otros cien años cumplidos.

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