Nota: Gabriel Romero
Foto: Gentileza
A las generaciones que nacimos y crecimos en democracia, nos resultará difícil entender por qué organizarse en un gremio estudiantil, fomentar el pensamiento crítico u oponerse a un sistema político constituirían unos delitos. Sin embargo, estas fueron las causas que motivaron la persecución e incluso prisión del profesor retirado Juan Alberto Riveros, durante la dictadura.
Riveros proviene de la ciudad de Paraguarí y tiene 73 años. Es licenciado en Humanidades por la Universidad Católica de Asunción, institución donde trabajó a lo largo de tres décadas enseñando comunicación en el curso de admisión. Antes de obtener su título terciario, ya había culminado las carreras de maestro y profesor normal, lo que le permitió ser docente y director en varios centros de formación primaria y secundaria.
-¿Cuál fue su inspiración para dedicarse al magisterio?
-En mi familia había muchos maestros, sobre todo mis tías y primas eran profesoras. Inclusive yo, siendo ni siquiera un adolescente, sino un niño grande, ya me iba a reemplazarlas cuando ellas no podían asistir a la escuela, en especial en Paraguarí. Así me di cuenta de que la docencia era mi vocación de verdad. Tenía ese interés de trabajar en la educación, poseía conceptos muy claros sobre cómo debía ser la enseñanza, yo iba aplicando esos criterios ya desde mi adolescencia en algunos lugares en los que estuve. Antes de recibirme como profesor normal (título habilitante para desempeñarse en la instrucción secundaria), ya comencé a dar clases más formalmente en las escuelas católicas de la ciudad de Paraguarí.
-Cuando empezó a ejercer la docencia ya estaba vigente la dictadura de Stroessner ¿Cómo Ud. sobrellevaba el hecho de ser un educador disidente con el régimen?
-Ese tiempo era muy distinto al de ahora, porque justamente la represión era terrible. Represión en todo sentido, no siempre torturas o garroteadas. Ya no recuerdo cuántas veces me habrán llevado preso la delegación de gobierno, manejada por los militares y policías.
Desde los primeros años que ingresé al colegio fui líder de los centros estudiantiles y eso estaba prohibido. Decían que, en la época de Stroessner, vos no tenías que meterte en sus cosas, no debías cuestionar, criticar u organizarte y entonces vivías tranquilamente, no se te hacía caso.
Aparte, perdí una carrera por esa razón, porque me consideraban una persona que no era correcta para la época. Faltándome dos materias por rendir, me cortaron la terminación de mis estudios de profesor normal superior, para educar en el nivel de formación docente, y además me prohibieron enseñar y estudiar en cualquier lugar de Paraguay, cosa que conseguí levantar después de mucho tiempo.
-Su apresamiento por causas políticas durante la dictadura constituye uno de los episodios más importantes de su vida ¿Qué podría comentarnos con relación a ese momento?
-Mi detención se da en el colegio Sagrada Familia, un 30 de abril en los 70, durante un festejo del día del maestro. Al mediodía me secuestraron y me llevaron a Investigaciones y de ahí me encarcelaron en Emboscada. Era la época de la Teología de la Liberación, una doctrina revolucionaria que la Iglesia había incluido en su plan pastoral, sobre todo en Latinoamérica, donde prendió demasiado, porque precisamente allí nació.Nosotros trabajábamos con la Iglesia en ese sentido, con los sacerdotes y los obispos. Yo me dediqué muchísimo a la formación de comunidades, de grupos que tenían que reflexionar sobre la realidad a partir del Evangelio. Y la gente fue pensando en todas las cuestiones sociales, sobre la salud, economía, ecología y la opresión de Stroessner, que reinaba cuando eso.
La idea se expandió muy rápido e incluso algunos ya comenzaron a plantear el enfrentamiento armado. Por lo tanto, se conformaron en todo el país grupos de personas que tenían que liderar esa lucha y se llamaban OPM, Organización Política Militar, que después de un largo tiempo cayó porque la policía de Stroessner se enteró.
-¿Pero tampoco se arrepiente de lo que hizo?
-No, no me arrepiento. Me metí conscientemente y sabía el peligro que corría. Muchas veces ni mi esposa ni algunos de mis hijos quieren aceptar eso, el haberles dejado, porque pude haberles abandonado para siempre. Uno caía allí y no sabía si volvía vivo, desaparecía o lo mataban. Pero yo pensé mucho, luché y hasta ahora sigo peleando.
-¿Qué opina acerca de la educación después del sistema autoritario, sobre su estado actual en esta transición que aún continúa?
-Yo creo que hay todavía un gran debate ideológico en ese campo y ahora se está agudizando. Todo esto que está sucediendo es consecuencia de eso, con los alumnos, con los profesores que constantemente están protestando. Vinieron estas famosas reformas y no fueron transformaciones, sino que empeoraron la educación, fracasaron. Hay como 7 consejeros en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), pero no se les hace caso. Antes, los gobernantes de turno imponían qué clase de instrucción se debía impartir, no se les dejaba trabajar a los técnicos, venían los más capacitados a proponer algo y nada se tomaba en serio. Y últimamente, los empresarios empezaron a dirigir la formación de los niños y jóvenes.
-¿Qué recomendaciones sugiere para que Paraguay abandone esos últimos lugares que ocupa en la actualidad, en cuanto a educación se refiere?
-Siempre he planteado que nuestra educación tiene que ser integral. En este mismo momento, se quiere ofrecer una formación para el trabajo. Creo que se debe considerar al hombre completo, en todas sus dimensiones y sus potencialidades, con esto no estamos diciendo que no es importante la instrucción para ingresar al campo laboral. Necesitamos, como ya dije, una enseñanza integral, que oriente al hombre y, también, junto a esto un adiestramiento para el trabajo. Aparte, se requiere la participación de la gente y yo opto por la descentralización, tenemos que tratar de distribuir la tarea de la educación. Por último, ver cómo llegar a la inversión del 7% del PIB (producto interno bruto) en este ámbito. Esta es la base para el desarrollo.