«Nuestra vocación se puede frustrar si no nos adelantamos a ella», fue el consejo que siguió fray Rudolf Christian Riquelme Acosta para ser quien es hoy, director de la revista TupãsyÑe’ẽ.
Texto e imagen: María del Mar Macoritto
-¿Cómo surgió tu vocación?
Me gustaban demasiado las experiencias que vivía en la iglesia. Mi vocación religiosa empezó desde muy pequeño, en el sentido de que yo siempre tuve una admiración por los sacerdotes, por lo que hacían, porque siempre me parecían misteriosos. Incluso, cuando llegaba a casa, yo los imitaba, me ponía un poncho, una bufanda y traía una Coca-Cola, unas galletitas e imaginaba que era la misa. Todo era broma, al final no sabía ni recordaba lo que iba a decir, que me acababa sentando, comiendo las galletitas y tomándome la gaseosa, ya que de las palabras no me acordaba (risas).
Después empecé a ser monaguillo por cuestiones de las circunstancias de la vida, faltaba un monaguillo y la encargada me pidió. Acepté, teniendo 9 añitos. En otra ocasión, un señor me invita, pues como yo frecuentaba mucho la misa, me preguntó: «¿No querés ser parte de la legión de María?» Yo no sabía exactamente qué era, pero ahí aprendí a rezar el rosario que me gustaba mucho. Después de eso, como que ya estaba muy involucrado en asuntos de la iglesia. El domingo era el día que más me agradaba de la semana, y me hice oficialmente parte del grupo de monaguillos.
-¿Qué anécdota es la que más recordás siendo niño?
Recuerdo que mi papá dedicaba su domingo para que yo pueda aprender estudios sociales, o alguna materia tenía que completar. Era muy estricto, siendo yo el primogénito de la familia Riquelme. Mi madre se llama Floriana Acosta y mi padre se llama José Isidoro Riquelme Ozuna. Yo, como todo hermano mayor de cuatro hermanos, recibía mucha presión, tanto que para el Día de los Reyes mi carta debería estar bien elaborada, para dejársela a los Reyes Magos, y tenía que escribir una carta pidiéndoles una bicicleta. Como papá quería que sea perfecta, sin errores ortográficos, era un constante: «No, así no, debe ser de esta manera. Volvé a escribir, y volvé a escribir», tanto que le dije: «No, ya no quiero luego. Yo no quiero luego la bicicleta». Y papá era: «Sí querés una bicicleta, y lo vas a escribir”, porque había sido ya compró la bicicleta (risas).
-¿Cuál fue la expresión de tu familia cuando decidiste entrar al seminario?
Cómo decirle a mis padres era la locura más grande de toda mi vida. Fue arriesgarme, y fue lo más extraordinario y loco que he hecho. Hasta ahora sigo haciendo locuras, en eso no cambié. Papá se enojó tanto –hasta ahora recuerdo su cara de negación, decepción, frustración y enojo–, que me dijo: «No, no, no y sácate eso de la mente». Mamá no dejaba de llorar porque no comprendía bien lo que estaba pasando. Durante toda esa noche, escuché que mis padres dialogaban y se preguntaban qué es que yo quería, qué es lo que se hace ahí y si era el seminario para ser sacerdote. Se auto respondían mis padres, yo tenía 19 años.
-¿Cuál fue el mejor consejo que te dieron tus asesores espirituales en ese momento?
Yo estaba decidido, y no me iban a detener. En esos momentos, mi hermana me decía: «Qué vergüenza, estamos pasando por una mala situación económica y vos querés irte a buscar otra cosa». Mientras que mi madrina me decía: «Por qué no te quedás a trabajar un año para ayudarles a tus padres y después te vas». Y, en vista a todo eso, hablé con el padre Rufino y le expliqué por lo que estaba pasando, y él me dice: «Nuestra vocación se puede frustrar si no nos adelantamos a ella». Entonces empecé a pensar y me dije: “Me iré, no sé qué va a pasar, pero me iré”. En la mañana, mamá, con lágrimas, me da su bendición, y papá solo me dijo: “Bueno”, se fue de nuevo a dormir y no me dio la bendición. Y así me fui. Desde entonces, fue una aventura que no termina más.
-¿Cómo fue tu formación una vez dentro del convento?
Mi formación entrando con los franciscanos conventuales, que se conoce como Orden de los frailes menores conventuales, fue una de mis mejores experiencias. Aquí en Paraguay trajeron la orden los polacos, y yo fui el primer paraguayo de formación de los franciscanos menores del Paraguay, entre tantos polacos. Mi formación la hice un año en Asunción, dos años en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el tercer año lo hice en Costa Rica, la etapa de noviciado, y la etapa de teología, que son tres años, la hice en Roma, Italia. Hice un año de experiencia en Malta, estudiando inglés. También recuerdo haber hecho una experiencia en Medellín, Colombia, y mis votos solemnes los hice aquí en Paraguay, en el año 2010, en Guarambaré.
-¿En qué parroquias tiene presencia la congregación de franciscanos conventuales?
En Paraguay nosotros tenemos tres lugares de presencia: uno en Guarambaré, otro en Areguá y Asunción.
-Para vos, ¿cuál es la labor del comunicador social y religioso?
Es transmitir justamente un mensaje de amor, de paz. Nuestros medios de comunicación están saturados de malas noticias. Un comunicador católico está llamado a dar buenas noticias, la buena nueva y, para nosotros los cristianos católicos, la buena nueva es el mensaje de Jesús inserido en nuestra realidad, en nuestra sociedad.
-¿Cómo fueron tus inicios en los medios de comunicación?
A mí me sorprende cómo es la vida. Llegaba a mi casa una revista que mis padres leían constantemente. Era la revista Tupasyñe’e , que en mi oficina siempre se encontraba. Quién diría que luego estaría escribiendo artículos para la misma.
Yo deseaba estudiar comunicación, pero mis superiores me decían para esperar un poco más. Eso fue en el 2013. En ese ínterin ocurre una particularidad. En el 2015, me dicen: el encargado de la revista, el director, nos deja, y qué te parece si asumís la revista de acá a 3 años. Entonces, mi espiritualidad chantajista dice: “Con una condición, que pueda yo estudiar Ciencias de la Comunicación”, y finalmente me autorizaron el estudio.
-¿Qué énfasis elegís y por qué?
Énfasis en publicidad, porque me gustaría expandir nuestra revista. No solo eso, sino el mensaje de Dios. Estudiar publicidad, no para vender sino para dar a conocer a Jesús. Es aprender un poco de estas cosas. Recordemos, incluso, que Jesús se insertó en la cultura que en su momento se encontraba.
Yo quiero hacer la misma estrategia que hizo Dios: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Entonces, ahora es el mensaje de Dios que asume la publicidad para darse a conocer a los demás.
-¿Cómo fue para que te eligieran como el nuevo director de la revista?
Ocurría algo inesperado. El ex director de la revista ya se quería marchar antes de lo previsto, y yo apenas estaba empezando la carrera. “Te elegimos a vos”, me dijeron, y en ese momento me vinieron las palabras de Moisés: “Pero yo no sé hablar, yo no me sé expresar”, y la expresión: “pero yo soy muy joven”. Y así asumí con mi primer Ok, tembloroso y lleno de miedo. Pero un gran poder implica una gran responsabilidad, dice el hombre araña (risas).
Con la revista ya me familiarizaba, porque ya escribía artículos y tenía la gran misión de renovarla. Me dije: “Si lo voy a hacer, lo voy a hacer bien”. Desde ese entonces, la dirección de la revista está bajo mi cargo, que dicho sea de paso, en diciembre cumplirá 29 años.
-¿Cómo se solventa la revista?
Hoy día es la revista católica más adquirida en Paraguay. Lanzamos cerca de 9.500 tiras mensuales y no tienen publicidad porque se abastece por sí sola, es autónoma.
-¿Cómo trabajan para que siga funcionando la revista?
Tenemos puntos focales de distribuidores y la providencia de Dios nos acompaña. Aparte, nosotros formamos a nuestros distribuidores, en tres lugares estratégicos: Ciudad del Este, Encarnación y Asunción. Y en esos lugares desarrollamos anualmente un encuentro eucarístico, hablamos, dialogamos sobre cómo estamos viviendo, porque no solo lo vemos como un trabajo sino como una misión de apostolado.
-¿Cómo se maneja la revista actualmente?
La revista actualmente cuenta con cinco obreros con salarios: una diseñadora, una redactora, una correctora y dos secretarios. Las revistas se distribuyen con mucho esfuerzo y mucha preparación. Lo hacemos todo con anticipación.