Por Eva Raquel López
Foto: Andrea Yinde
Ser hija del español Carlos José de Lara y haber contraído matrimonio con el doctor Ventura Díaz de Bedoya para quedar luego viuda a cargo de sus hijos, a quienes considero como míos, no fue impedimento para que dentro de mí naciera el deseo de la liberación del yugo español.
Ese espíritu que por condicionamientos muy marcados no debería aparecer, apareció y me llevó a vivir emociones y a tomar decisiones que en realidad nunca antes imaginé siquiera.
Sabía de la conspiración de los criollos, debido a que mi casa no se encontraba muy alejada de la de los Martínez Sáenz. Definitivamente al enterarme de estas ideas libertarias, no surgió en mí un deseo de repulsión sino todo lo contrario, y decidí ayudar a todos los conspiradores.
La verdad que la tarea no fue fácil para mí, debido a que me encargaba de transmitir las instrucciones: lo hacía preferentemente en la Iglesia de la Catedral, ya que era el lugar de más concurrencia de los hombres. Arrodillada frente a la pila de agua bendita indicaba discretamente a los patriotas los procedimientos a seguir. Mi condición de viuda de un regidor español, me ayudaba bastante para no levantar sospechas.
Ya luego de la revolución, para anunciar la marcha hacia la independencia, realicé el repique de las campanas de la catedral el 14 de Mayo a las diez de la noche, la emoción invadía a todo el pueblo.
Y en la mañana del 15 de Mayo para festejar la revolución, se me ocurrió la idea de llevar una ofrenda floral, que obsequié a Pedro Juan Caballero compuesta por claveles rojos, rosas blancas y azucenas moradas, esa combinación de colores era realmente fascinante.