*Por María José Mernes
Si quisiéramos realizar un diagnóstico sobre la situación de la salud pública del país, es muy probable que en el Hospital de Clínicas no contaran con el equipo necesario para hacerlo… lo cual ya nos dice mucho.

Entre un montón de casos trágicos y menos trágicos —aunque todos igual de frustrantes— está el de Lidia Galeano, una joven madre de dos niños que trabaja como empleada doméstica y padece problemas hepáticos. Desde el mes de julio necesita realizarse una tomografía para obtener un diagnóstico cuya urgencia crece con cada mes que pasa. Sin embargo, en las siete ocasiones en que acudió al Hospital de Clínicas, siempre recibió la misma respuesta: «que espere».
«Me dicen que las máquinas no funcionan, que espere más, pero ya hace más de un mes que voy al hospital y siempre es lo mismo: nada», lamentó.
Desafortunadamente, el final de la espera no parece cercano para Lidia ni para tantos otros que atraviesan la misma situación. El hospital universitario lleva al menos ocho meses sin un tomógrafo en funcionamiento. El director general, Jorge Giubi, explicó que ambos equipos —uno infantil y otro para adultos— se averiaron en noviembre del año pasado y que actualmente no hay fondos disponibles para su reparación.
«El presupuesto que la Facultad de Medicina maneja para la compra de tecnología médica es cero», afirmó.

Este equipo biomédico es esencial para la obtención de diagnósticos, y su ausencia obliga a los pacientes a buscar alternativas en centros privados, donde estos estudios alcanzan costos inaccesibles para la mayoría de la población. En consecuencia, cientos de personas vulnerables se ven privadas de atención médica fundamental, quedando, al igual que Lidia, atrapadas en la frustrante incertidumbre.
Desde hace tiempo, la atención prestada a la ciudadanía por parte de las instituciones gubernamentales es precaria y deficiente, manifestándose principalmente en el incumplimiento de garantías fundamentales. Contrario a lo establecido por la ley, el ciudadano no puede depender de lo público para satisfacer sus necesidades básicas; en cambio, debe adaptarse a los fallos del sistema y a la disfunción de servicios esenciales: madrugar para alcanzar aquel único colectivo, evitar salir a partir de ciertas horas por seguridad, memorizar la ubicación de los baches en las calles para esquivarlos.
Uno puede adaptarse a ciertas cosas, y la costumbre hace otras más llevaderas; sin embargo, es en el ámbito sanitario donde este sistema defectuoso revela su cara más cruel, y la situación resulta insoportable incluso para los más flexibles o indiferentes. La realidad se vuelve innegable: la crisis sostenida en la función pública está mermando la calidad de vida de nuestra sociedad.

En los pasillos rebosados de pacientes y desesperación, en la eterna espera por un diagnóstico urgente, en cada valioso segundo perdido durante el largo trayecto hasta el hospital más cercano: allí es donde se traicionan los derechos más básicos. Son esas situaciones las que permiten evidenciar el verdadero grado de abandono ciudadano por parte de las instituciones públicas. En momentos como esos nos damos cuenta de que estamos realmente a nuestra propia suerte, y que, si no contamos con los recursos para escapar de este injusto sistema y acceder al sector privado, que Dios nos ayude, porque el Estado no lo hará.
*Estudiante de 3er año
Artículo realizado en el marco de la cátedra Pasantía y Práctica Profesional II