TODO POR LOS HIJOS: El padre que decidió tomar el camino hacia la presidencia tras el asesinato de Miguel Uribe Turbay


*Por Eduardo Ruggero

La política colombiana está marcada por la sangre y la memoria. El asesinato de Miguel Uribe Turbay, senador y precandidato presidencial, no solo enlutó a una familia, sino que estremeció al país entero, reviviendo los episodios más dolorosos de la violencia política. Dos disparos en la cabeza durante un mitin en Bogotá, en junio de 2025, lo dejaron gravemente herido. Su lucha en la Clínica Fundación Santa Fe se extendió por más de dos meses, hasta que, finalmente, el 11 de agosto, Colombia recibió la noticia que nadie quería escuchar: el joven dirigente no sobrevivió.

Lo que siguió fue un velorio cargado de dolor y silencio, interrumpido solo por los aplausos de quienes lo despidieron como un líder que había prometido un país distinto. Allí, en medio del duelo, emergió la figura de su padre, Miguel Uribe Londoño. Con los ojos enrojecidos, pero con una firmeza inesperada, pronunció las palabras que cambiarían el rumbo de la contienda política: «No dejaré que las balas apaguen el sueño de mi hijo. Su causa ahora es la mía».

Dos semanas después, lo hizo oficial. Anunció su candidatura presidencial, no desde la ambición personal, sino desde un lugar desgarrador: la herida abierta de un padre que decide continuar el legado de su hijo asesinado. Ese gesto, cargado de simbolismo, transformó la tragedia en un nuevo capítulo político y convirtió a Uribe Londoño en protagonista de una historia que mezcla duelo, resistencia y esperanza.

El desafío que enfrenta no es menor. Miguel Uribe Turbay, nieto del expresidente Julio César Turbay, representaba un recambio generacional, un rostro joven con un discurso que resonaba en sectores cansados de la polarización. Su asesinato no fue solo un ataque contra una persona, sino contra la posibilidad de un futuro político distinto. Ahora, su padre debe ocupar ese vacío y, al mismo tiempo, convencer a un electorado que lo había visto siempre como figura secundaria.

El trasfondo de esta candidatura es profundamente emocional. En un país acostumbrado a ver cómo la violencia trunca los sueños de líderes emergentes, la irrupción de un padre en la arena presidencial tiene un poder simbólico devastador. Es la imagen de la resiliencia: alguien que, en lugar de encerrarse en el duelo, decide enfrentarse a la misma maquinaria que arrebató la vida de su hijo. Pero también es una apuesta arriesgada: el dolor, por sí solo, no garantiza votos ni soluciones a los problemas estructurales que aquejan a Colombia.

Las reacciones internacionales no se hicieron esperar. Gobiernos de la región y líderes mundiales, que antes habían condenado el atentado, interpretaron la candidatura de Uribe Londoño como un acto de valentía y resistencia democrática. Sin embargo, dentro del país no faltan las críticas que señalan el riesgo de convertir la tragedia en bandera electoral.

Más allá de los debates, lo cierto es que este episodio quedará inscrito en la historia política de Colombia. Un padre que decide ponerse en los zapatos de su hijo caído no es un hecho común: es un recordatorio de cuánto cuesta hacer política en un país donde las balas todavía intentan decidir lo que deberían decidir las urnas.

La candidatura de Miguel Uribe Londoño es, en el fondo, una promesa: que la vida de su hijo no será en vano. Que su nombre no quedará sepultado solo en titulares de prensa, sino que seguirá presente en el debate nacional. Colombia tendrá que decidir si esa promesa se convierte en proyecto de país o si quedará como un grito desesperado contra la tragedia.

Porque, al final, más allá de la política, lo que late detrás de esta historia es algo universal y desgarrador: el amor de un padre que, aun en medio de la muerte, decide luchar por los sueños de su hijo.

*Estudiante de 3er año
Artículo realizado en el marco de la cátedra Pasantía y Práctica Profesional II

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