Paraguay: Un corazón joven que late en el deporte


*Por Yeruti Laiz Pildayn Ramírez

Asunción, en agosto de 2025, se convirtió en algo más que la capital de un país. Por dos semanas fue el centro de atención de todo un continente. Los Juegos Panamericanos Junior trajeron consigo más que medallas, récords y cifras; trajeron historias, encuentros y una manera distinta de mirarnos como paraguayos.

No todos los días llegan más de cuatro mil atletas de cuarenta y un países a compartir sueños en una misma tierra. La ciudad vibró con acentos distintos, colores de banderas y lenguas que se cruzaban en las calles. Fue como abrir una ventana al mundo y mostrar lo que somos: hospitalarios, alegres, resilientes. Porque Paraguay no se esconde, se entrega. Y esta vez lo hizo con estadios repletos, voluntarios sonrientes y una organización que sorprendió hasta a los más escépticos.

El brillo de las medallas fue el reflejo de un país que empieza a creer más en su juventud. Trece preseas históricas, con nombres como Nicole Martínez en el agua, Lars Flaming lanzando la jabalina como un cóndor guaraní, o Fiorella Gatti en el squash, demostraron que acá también se puede soñar en grande. Cada podio fue más que un premio: fue una chispa de esperanza para chicos y chicas que ahora quieren entrenar, competir y sentirse parte de esta historia.

Pero lo que quedó no se mide solo en metales. El legado está en los espacios que se construyeron y que no quedaron como monumentos vacíos, sino como escenarios vivos para el deporte. El Parque Olímpico de Luque, el velódromo y el Centro Acuático ya son puntos de encuentro para la comunidad. Y eso es un triunfo silencioso, pero duradero.

En los pasillos de hoteles, en los comedores y en los buses abarrotados, también hubo movimiento económico. Comerciantes, artesanos y restaurantes encontraron una oportunidad de mostrarse. Las manos de Tobatí que moldearon cuatro mil máscaras de Tiko y Tita no hicieron solo souvenirs: dieron identidad, cultura y memoria. Esa es la parte más hermosa del Paraguay, la de un pueblo que trabaja con creatividad y orgullo.

Y si algo marcó la diferencia, fue la gente. Los más de tres mil voluntarios no cobraron medallas, pero se ganaron aplausos sinceros. Jóvenes que guiaron a delegaciones, tradujeron, organizaron y, sobre todo, regalaron sonrisas. En ellos se vio el rostro verdadero del país: un Paraguay joven, solidario y capaz de asumir responsabilidades internacionales.

Hoy, con los estadios ya vacíos y las banderas guardadas, queda el eco de un aplauso colectivo. Los Juegos Panamericanos Junior demostraron que Paraguay no es solo una tierra que recibe, sino una nación que inspira. Somos más que un país pequeño en el mapa; somos un corazón grande, joven, vibrante, que late fuerte en el deporte y en la esperanza de su gente.

Porque lo más lindo que dejaron estos juegos no fueron las cifras ni los récords: fue la certeza de que Paraguay puede brillar con luz propia.

*Estudiante de 3er año
Artículo realizado en el marco de la cátedra Pasantía y Práctica Profesional II

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