¿Qué fue de Dominguito? El trágico vuelo de un joven enamorado


* Por Auxi Báez

Hay historias que no figuran en los archivos, pero sobreviven intactas en la memoria de quienes las vivieron. Una de esas es la de Domingo Reyes Castellano, conocido como Dominguito, un joven piloto de los años 50 cuyo vuelo de amor terminó en tragedia.

Pero este relato no comienza con él. Comienza con Isidora Paredes, una adolescente vivaz, curiosa e impetuosa, cuya energía parecía no conocer límites. Tenía entre 16 y 20 años cuando todo ocurrió. Vivía con sus padres y sus hermanas en una quinta de Barcequillo, en una casa de estilo muy paraguayo, la famosa culata jovai.

Una mañana cualquiera, mientras cosía junto a sus hermanas, el zumbido de una avioneta rasgó el cielo. Era Dominguito. No venía por Isidora, sino por su hermana mayor. Pero fue Isi quien primera lo escuchó acercarse en lo alto, y también quien desató el alboroto en la casa.
“¡Es Dominguito! ¡Está sobrevolando la casa!”, gritó corriendo de un lado al otro. El joven aviador, estaba formado en las mejores academias de la época, como la de César Zotti, pero esa mañana no pensaba en la técnica, pensaba en impresionar.

Desde la abertura del comedor, las hermanas miraban extasiadas cómo Dominguito descendía casi rozando el techo para luego elevarse con agilidad. En uno de esos vuelos, ya sea por insistencia o por el nerviosismo del momento, Isi, mi abuela, empujó a su hermana para que saliera al patio y lo saludara.
Nadie podía prever lo que pasaría después.

A unos 30 o 40 metros de la casa había un imponente cocotero de 14 metros. En una de sus pasadas, quizás por distracción, Dominguito no lo vio. Al intentar ascender nuevamente, la avioneta se estrelló contra el árbol. El impacto fue devastador. El tronco se partió a los 13 metros y con él, la cabeza de la avioneta. El resto del aparato aéreo fue despedido a casi tres cuadras, destrozándose por completo.


El silencio que vino después

El cuerpo de Domingo Reyes Castellano quedó irreconocible. “Machacado y en cenizas”, recuerda Isidora, hoy de 83 años, con una mezcla de tristeza y culpa que nunca logró disiparse. La cabeza del joven piloto, casi separada del cuerpo, terminó cerca del pórtico de la casa.
En estado de shock, Isi y su madre corrieron —no se sabe si por instinto, por horror o por respeto— a recoger los restos antes de que los perros del lugar se acercaran. Los colocaron en una bolsa, hueso por hueso. No dejaron nada en el patio. Al día siguiente, esos restos fueron depositados en una urna que la familia conservó durante años.

“Le rezábamos siempre que podíamos”, así cuenta mi tía , quien vivió una infancia de juegos cerca de aquella urna y aquellos recuerdos.
En la casa de Barcequillo, donde alguna vez se erguía el cocotero, hoy hay una gruta en honor a Dominguito. La urna que Isi y su madre cuidaron por décadas fue finalmente llevada al Cementerio de la Recoleta, donde yace el joven piloto que un día quiso volar por amor.

La memoria sin papel

La tragedia fue noticia en su momento. Un titular en ABC decía: “Cayó un avión, falleció el piloto”. Sin embargo, al acudir a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Paraguay, no hay rastro del hecho. Tampoco en los archivos del diario.

Quería un documento que me confirmara la historia de mi abuela. No porque dude de ella, sino porque el papel nos hace viajar en el tiempo. Aunque, quiero pensar que quizás no haya registro formal porque los recuerdos a veces viven solo en la palabra.

Imagen: freepik

* Artículo elaborado en el marco de la cátedra Taller de producción 1.

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