Cuando el debate pierde sentido: política estudiantil entre acusaciones y silencios


El pasado viernes 4 de abril, en la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, se realizó el debate estudiantil entre las listas Impulso y Valor, en el marco de las elecciones para el Centro de Estudiantes. Lo que debía ser un espacio democrático y de intercambio de ideas, terminó convertido en un escenario de confrontaciones personales, denuncias institucionales y una preocupante falta de propuestas reales para el estudiantado.

Analicemos y entendamos: ¿qué es un debate?

El debate, en su esencia democrática, no es una guerra de egos ni un campo de batalla personal. Es, como plantea Chantal Mouffe (filósofa y politóloga belga), un espacio donde el disenso no se elimina, sino que se legitima. En su teoría del agonismo, la filósofa belga sostiene que la confrontación entre proyectos políticos opuestos no solo es inevitable, sino deseable, siempre que se base en el respeto mutuo y en reglas claras. Un debate es, entonces, una práctica deliberativa que exige preparación, escucha activa y argumentación fundada. No se trata de convencer a toda costa, sino de poner en juego ideas que respondan a necesidades colectivas. Es un ejercicio que debería acercarnos a lo público desde el pensamiento crítico y la corresponsabilidad.

Sin embargo, lo vivido en la Facultad de Filosofía distó mucho de este ideal, la política estudiantil se convirtió en un espectáculo, denotando un vacío de contenido ante lo que debería ser un espacio de todos. El protagonismo de los escándalos personales por encima de las propuestas, la puesta en escena de rivalidades internas, la falta de diálogo entre movimientos, e incluso la confusión en las reglas de participación, transformaron este debate en una parodia de sí mismo. No se discutieron políticas estudiantiles, se ventiló una disputa institucional sin resolución jurídica. Lo que debería haber sido un ejercicio de ciudadanía terminó siendo un espejo incómodo de las prácticas políticas nacionales: polarización, manipulación institucional, y un estudiantado que, en vez de informarse, quedó atrapado en una narrativa de bandos.

El bloque A: presentaciones dispares

El evento estuvo dividido en tres bloques. En el primero, ambas listas presentaron a sus candidatos. Impulso demostró soltura escénica y preparación oratoria, aunque sus respuestas se percibieron ambiguas y con escasa viabilidad en el contexto real de la facultad. Valor, por otro lado, tuvo una presentación menos sólida: su presidente y vicepresidente ofrecieron intervenciones poco claras, con una presencia escénica débil y escasa capacidad de respuesta espontánea. En particular, el candidato a vicepresidente fue consultado sobre becas y políticas de acompañamiento económico, y su respuesta reveló una preocupante falta de perspectiva: se refirió a los estudiantes con dificultad para pagar la totalidad de una cuota como “vulnerables”, prometiendo simplemente “acercarlos a las opciones que da bienestar estudiantil”.

Este tipo de discurso refleja un enfoque asistencialista y carente de mirada estructural. Como advierte Pierre Bourdieu, las palabras no son neutras: reproducen relaciones de poder. El uso de etiquetas como “vulnerables” no solo homogeniza a los estudiantes en situaciones diversas, sino que los posiciona desde una lógica de carencia, no de derechos. Hablar desde el enfoque de derechos implica reconocer que las políticas universitarias deben garantizar el acceso equitativo, no “acercar” caridad. A pesar de este desacierto, en la misma lista se destacó la candidata a secretaria general, quien respondió con claridad, seguridad y dominio temático, diferenciándose no solo dentro de su grupo, sino también en el conjunto del bloque.

El bloque B: polémica y silencios incómodos

El segundo bloque del evento, que debía ser el espacio para la participación estudiantil, contó con cinco preguntas que provinieron exclusivamente de estudiantes que, no solo se identifican con el movimiento Valor, sino que cuentan con una candidatura pública por dicho movimiento, lo cual marca un desequilibrio notorio. Tres de ellas fueron respondidas con claridad por los candidatos de dicha lista, y —casualmente o no— fueron las únicas intervenciones en las que mostraron seguridad y preparación, lo que hace sospechar que las preguntas y respuestas estaban previamente acordadas.

A Impulso se le realizaron solo dos preguntas, entre ellas, una polémica que interpela de manera personal a una estudiante de Psicología. La candidatura de esta estudiante, fue anulada por no cumplir con el requisito estatutario del 50% de la carrera cursada. El caso tomó un giro delicado cuando se reveló que su situación académica fue expuesta sin su consentimiento, tras la solicitud de su historial por parte de miembros del movimiento contrario.

Según el Estatuto de la Universidad Católica, está prohibida la entrega de documentos personales a terceros. Si hubo falsificación de firma, se incurrió en un delito; si no hubo firma, se evidencia una negligencia institucional grave. La denuncia de la afectada llevó a la apertura de una investigación formal y al posible sumario de un funcionario.

Claramente, dicha situación excede el marco de un debate estudiantil. Como advierte el sociólogo Michel Foucault, el poder no reside únicamente en los grandes mandos, sino también en los detalles silenciosos que convierten lo indebido en un hábito. En este caso, la manipulación de información confidencial se convirtió en herramienta de disputa política, desplazando las propuestas y contaminando el ejercicio democrático con prácticas reñidas con la ética y la legalidad.

¿Participación o simulacro?

Durante el bloque, el rol del Tribunal Electoral Independiente (TEI) fue duramente cuestionado. La dinámica de las preguntas no fue clara. A diferencia de años anteriores, no se especificó si los estudiantes podían preguntar a mano alzada o debían acercarse al TEI durante el receso entre bloques. Además se evidenció el direccionamiento de las intervenciones y el favoritismo por parte del TEI, lo que afectó la equidad del proceso y redujo el debate a un monólogo interno.

Tampoco ayudó la moderación. Las intervenciones del público fueron acompañadas de gritos, aplausos y abucheos, generando un ambiente poco propicio para la deliberación racional.

El bloque C: más confrontación, menos política

El tercer bloque, pensado como espacio para el intercambio de ideas entre listas, terminó por consolidar el tono beligerante del evento. Las preguntas cruzadas no buscaron contrastar proyectos ni evidenciar diferencias ideológicas, sino reafirmar una dinámica de enfrentamiento personal. Lo político quedó reducido al plano del ataque, del rumor y del escándalo.

La ausencia de temas estructurales fue alarmante. Apenas se enunció —de forma ambigua— que la lista 2, perteneciente al movimiento Valor, planea trabajar en protocolos de intervención ante situaciones de acoso, ansiedad o depresión. Una declaración que, aunque necesaria, quedó corta frente a la complejidad del problema y la urgencia de su tratamiento en un contexto universitario que, como espacio formativo, también debe cuidar la salud mental y emocional de su comunidad.

Tampoco se abordó la falta de perspectiva social en un espacio académico que debería fomentar la reflexión crítica sobre la realidad que vivimos. En lugar de centrarse en las urgencias de los estudiantes, como las precarias condiciones de las instalaciones; baños deteriorados, pupitres en mal estado, aulas sin aire acondicionado o con sistemas de ventilación ineficaces.

La falta de integración entre las carreras de la facultad también quedó fuera de la conversación. Carreras como Psicología, la de mayor cantidad de inscriptos, parecen acaparar toda la atención y los recursos, dejando a otras áreas del conocimiento invisibilizadas. Este panorama, sumado a las altas cuotas que los estudiantes deben afrontar, revela la desconexión entre lo que los alumnos pagan y lo que la institución ofrece en términos de infraestructura y servicios básicos. La facultad, lejos de ser un espacio de transformación social, parece operar en una lógica de indiferencia hacia las necesidades reales de quienes la habitan.

¿Qué política queremos construir?

La política universitaria no puede ser una réplica de las prácticas clientelares que dominan la política nacional. El estudiantado necesita referentes con visión, con ética, con proyectos. No necesita más figuras que gritan sin escuchar, que denuncian sin pruebas o que usan las instituciones para su propio beneficio.

Los centros de estudiantes deberían ser espacios de formación democrática, donde se cultiven el pensamiento crítico, la responsabilidad colectiva y el diálogo respetuoso. Si fallamos ahí, estamos apostando por futuros profesionales más cerca del cinismo que del compromiso social. Lo ocurrido durante este debate evidenció no solo la ausencia de un ejercicio político maduro, sino también la falta de herramientas para la discusión, en la que un público sin guía clara sobre cómo participar fue testigo de un cruce de acusaciones personales, dejando más dudas que certezas. En vez de salir fortalecidos como comunidad universitaria, salimos fragmentados, sin una idea clara sobre lo que proponen quienes aspiran a representarnos, un reflejo distorsionado de una política que no escucha ni construye.

Escrito por: Auxi Báez @auxi____
Sugerencias editoriales: Isabela Marini @isabelamar1ni y Juanfer Abud @juanfer_abud
Fotografías: Federico Legal @fedelegcol (fotografías del movimiento Impulso) y Paloma Soloaga (fotografías del movimiento Valor).

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