25 de enero


Texto: Cynthia Loup
Foto: Gentileza

Acababa de llegar a San Francisco y como quería conocer los rincones de la ciudad y hacer cosas diferentes, fui una noche a un bar en el corazón de la ciudad. Ahí, le conocí al personaje este: Angelo.


Por cierto, era la primera vez que me iba a un bar, todo era nuevo para mí. Para no hacerles tan larga la historia, nos conocimos por una amiga que había hecho recién en mi vecindad. Empezamos a hablar y… ¡bueh!


En verdad, no quiero entrar en detalles porque -pasado pisado- pero lo que sí es que éramos dos mundos totalmente diferentes. Yo, la nena que se acababa de graduar del colegio, la rara que nunca iba a fiestas y él…algo, diametralmente, opuesto.


Esa noche, en el bar, bailamos mucho y hasta nos besamos, al día siguiente hablamos por llamada toda la noche, quedamos en ir a almorzar y, para el viernes siguiente, ya estaba acostada con él en su cama.


Nos veíamos, prácticamente, todos los días, estábamos súper enamorados. Hasta fuimos juntos a un concierto de mis cantantes favoritos, el cual fue uno de los mejores de la vida.


Pero, a decir verdad, creo que yo no estaba precisamente feliz con Angelo, solamente me sentía cómoda al tener compañía, en una ciudad tan solitaria.


Sí, es eso, me gustaba estar en pareja. Cuando una está enamorada todo parece de película y con Angelo todo era demasiado bueno como para ser verdad: y es porque lo era…


Justo, al asomarse los 3 meses de habernos conocido, cuando ya me sentía muy acostumbrada a salir con él, y ya dando por hecho de que íbamos a ser novios oficialmente -porque él me hablaba siempre de eso, me incluía mucho en sus planes, etc.-, me terminó.


Se fue a mi casa un día, un Jueves Santo y me dijo: “Quiero un tiempo. Me caes bien y todo, pero no me siento cómodo”.


Lloré muchísimo, encima, al día siguiente, era Viernes de Dolores y ¡qué viernes! Lloré a mares, por todo un mes estuve deprimida.


Ahora mismo, pienso que fui una ridícula, ni siquiera fue para tanto, él y yo jamás nos íbamos a llevar bien, de algún modo u otro, se iba a terminar.


Desde ahí, empecé a ser más espiritual, me iba a la iglesia sola, de vez en cuando, para pedirle fuerzas a la divinidad y buscando refugio, para que me ayude a seguir adelante…


Empecé el yoga y la meditación, a comprar inciensos y hacer mándalas. Sí, sufrí muchísimo, como cualquier persona sufrió por amor. Yo estaba segura que él era el amor de mi vida. Pero, ¿saben qué? No en vano, nos conocimos.


Estoy segura de que vino a enseñarme algo. “Tu pareja es tu mejor espejo”, dicen. Luego de esa ruptura, me conocí más a mí. Redescubrí, desvelando los tesoros que tenía abandonados.


Y así fue. Le superé. Volví a tener paz. Poco a poco, fui comprendiendo muchas cosas. Entendí que hay personas que vienen a iluminar tu camino y luego se tienen que ir. Me di cuenta de que, nada es coincidencia.

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