Texto: Santiago Caballero
Imagen: pixabay
Lo vi en el noticiario televisivo. Es una escena del ataque sufrido en un escrache a un matrimonio de políticos. Por supuesto, en el reporte no se hablaba de lo que se mencionó después: que el tal violento asalto al domicilio del matrimonio de los políticos no fue sino un montaje. Verdad o no, no es ese el objeto de mi análisis.
Te lo cuento. La ofuscada dueña de casa mostraba una piedraza hecha añicos y decía: “Dios y la Virgen Santísima me protegieron mediante lo cual esta piedra no se estrelló por (sic) mi cara sino por (sic) el rostro de otra persona”. Luego, por lo tanto, ergo, sus protectores se apiadaron de su cara, pero no tuvieron el menor empacho con la de la otra persona. ¡Ñandejara! Ahora resulta que los protectores divinos son discriminatorios, clasistas, de injustas preferencias.
Permitime que te diga que el Dios de mis padres, de mis abuelos, cuya adoración yo heredé gratuitamente, no se comporta así. Protege a todos por igual, aún a los más indignos de su piedad, de su benevolencia. Y la Virgen que yo venero es la Madre compasiva, siempre recordándonos que somos todos hermanos del Hijo que nos redimió, que nos indica los rectos caminos a seguir.
En fin. Lamento que se tome su santo nombre en vano. Que se recurra a agradecer la tal protección celestial, pero se encubra los robos a los bienes del Estado, que se aprovechen del poder para enriquecerse, para oprimir a los ciudadanos y ciudadanas en sus legítimos derechos de vivir felices en este bendito país. No quiero que ninguna piedra ni otras armas rompan la humanidad de nadie. Pero sueño con que terminen los que se adueñan de los poderes, políticos y económicos, para oprimir a mi pueblo. Y espero, con toda esperanza, que las fuerzas celestiales nos protejan a todos en el caminar hacia la paz y la justicia.