Nota: Guadalupe Acosta
Foto: Internet
Los números tienen una infinidad de funciones. Pero una poco reconocida es su capacidad de dar miedo, de abrir los ojos, de mostrarnos aquello que no queremos ver.
Me atrevería a decir que incluso a veces transmiten mejor los mensajes que las mismas palabras, así comencemos este artículo con ellos:
Le pido a usted querido lector, que realice un breve calculo
2 x 365
Coincidirá conmigo en el resultado final: 730. Esta cifra puede significar un montón de cosas, pero hoy significan una realidad. Esta es la cantidad de nacimientos que se dan al año en Paraguay, fruto del embarazo de niñas y adolescentes de entre 10-14 años.
El número asusta, preocupa y sobretodo pone en la mesa la necesidad de discutir sobre una reforma en la educación más que necesaria: la educación sexual.
Sorprende que aún en pleno siglo XXI, existan padres y autoridades de centros de educativos que prefieren taparse los ojos y oídos y pretender que el sexo no existe. Lo venden como algo malo, sucio, prohibido. Pero a la larga esta estrategia no ha tenido un buen resultado. Paraguay es el segundo país con mayor tasa de fecundidad en todo el cono sur. Y no, esto no es culpa de las niñas, no es culpa del mundo plagado de malos ejemplos, esto únicamente la culpa de adultos que se niegan a reconocer al diálogo como herramienta fundamental para educar.
Si este número no les parece razón suficiente para implementar dicha reforma educativa, pasemos a otros:
280.000 personas en el país padecen de sífilis. De estas 120.400 tienen entre 15 y 24 años.
¿No están convencidos? Pues bien, dejemos este último dato para que dimensionen la gravedad del asunto:
De cada 10 nuevos diagnósticos de VIH en Paraguay, 4 son de adolescentes o jóvenes.
Esta es la realidad del día a día. Como adultos, todos sabemos que la mejor manera de evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual es la abstinencia, pero no podemos negar que esa una realidad que pocas personas han cumplido a rajatabla.
La educación sexual no solamente permite que los jóvenes tengan conciencia acerca de los peligros de llevar una vida sexualmente activa sin protección, no habla solo de métodos anticonceptivos. Sino que a través de ella también podemos cambiar esa percepción errónea de la persona. Podemos hacer llegar al mensaje de que tanto hombres como mujeres son seres humanos con sentimientos, que tanto su integridad física como psicológica es suya y nadie debe forzarlos a tener un contacto que no sea de su agrado. Podemos prevenir los abusos sexuales, haciendo a entender a los niños el valor de su cuerpo y como acudir a los adultos en el momento que alguien se propasa con ellos.
Tendremos también una población joven sana, capaz de planificar correctamente la decisión de traer o no hijos al mundo. Tendremos una juventud con mayor oportunidad de concluir sus estudios e ingresar al mercado laboral con un trabajo digno.
Establecer un programa de educación sexual nos permitirá, como sociedad laica cerciorarnos de que la información llegue de manera correcta a este sector de parte de médicos, psicólogos y especialistas en el tema. Así aseguraremos que los adolescentes en edad de iniciarse sexualmente cuenten con una formación que les permita cuidarse a sí mismos responsablemente y que los infantes puedan protegerse de agresiones.
Sí, es cierto. Tenemos muchos otros problemas, pero sabiendo que esta es una falencia que acarreamos una nación y siendo conscientes de que la solución se encuentra en nuestras manos ¿Qué estamos esperando? Saquémonos la venda de los ojos y trabajemos por cambiar la coyuntura en la que nos encontramos.