Por Ayelén Díaz
Foto: Museo Virtual de la Memoria y la Verdad sobre el Stronismo. http://www.meves.org.py/
El golpe seco al frío suelo lo vuelve en sí. Una corriente nauseabunda se debate en su garganta; quiere vomitar, sus fosas nasales están llenas de un espeso contenido, sabe de qué se trata, pero se niega a creerlo. Sus ojos se ponen rojos, las venas abrazan y hunden el blanco de su mirada. Una patada lo hace despertar, aún más, de aquella pesadilla real. De algo está consciente, no debe decir nada, no debe decir nada, debe ignorar lo que sabe. Aquello nunca dejó de estar presente en su abatida mente.
La mareada visión que se desnuda ante sus pupilas empañadas descubre al arcaico e infame verdugo que lo tiene allí. Aquel le grita, pero sus palabras no son más que balbuceos para sus oídos aturdidos. En un destello de lucidez, entiende lo que le reclama, que -«qué tramaban»-,- «mba’e añapa he’i hikuái»-, entre otras frases, acompañadas de escupitajos salvajes.- “No sé”-,- “yo no sé”-, simplemente dice. Los valores, las promesas, la dignidad son lo único que queda y no los perderá jamás.
En su mente, los recuerdos vagan borrachos: el recuerdo de aquella vez en la que, junto con sus compañeros, pudo escapar de la Caperucita, esa camioneta roja de la cual casi nadie volvía a salir; la noche que logró llegar a la casa de su novia, pasadas las dos de la mañana, sorteando oficiales; el beso apasionado e inocente que le dio esa misma noche; la última vez que su mamá le hizo la señal de la cruz cuando salía de casa. Todo aquello neutraliza las patadas que recibe en las costillas, la espalda y los pómulos, y además desemboca en ese “no sé”, incorruptible, irrevocable y definitivo.Sabe que eligió un camino, que aquel troglodita se cansará de meterle la cara en la pileta e intentar sacarle algo más que un “no sé”. Quizás le faltan neuronas al verdugo, pero le sobra sed de sangre. No obstante, nada es más fuerte que la convicción que en su pecho sigue ondeando altiva.
Ve venir el último golpe, ya no se siente tan mareado, sus últimos respiros son más suaves, más puros y menos forzados. El fin se concreta en medio de los recuerdos, convicciones y violencia, pero no duele, porque va con él su dignidad, no cayó en confesar, no hizo de soga para sus compañeros. Él se va, no obstante, otros siguen afuera, caminando, diciendo:- “no sé” -, cuando saben mucho. Eso basta, no es un adiós, sino un paso, pues fuera de esa sala de tortura, los sueños continúan siendo soñados. Se fue sabiendo que sus hijos verán al país libre -o por lo menos con esa intención- .Sin estar apresado por la dictadura, por un tiranosaurio; que ellos se encargarán de sostener la bandera de la libertad, flameante como la convicción en su pecho, como su lucha, su fortaleza y lo que salvó de su perecer.
Espectacular.
Muy buena historia.