Lo que no sabemos de las culturas indígenas


Por Auxi Báez e Isabela Marini

En Paraguay habitan 19 pueblos indígenas, con lenguas, espiritualidades, culturas y territorios únicos, diferentes. Sin embargo, en el relato nacional suelen ser reducidos a una sola imagen, muchas veces distorsionada. Abrimos una conversación necesaria: ¿cuánto sabemos realmente sobre ellos? ¿Qué papel juega la educación en su invisibilización? ¿Y por qué es urgente proteger su patrimonio cultural inmaterial?

Danza Nivachei. Foto: Secretaría Nacional de Cultura.

Danza Nivachei. Foto: Secretaría Nacional de Cultura.

“Cuando yo hablo con los blancos me doy cuenta de que el desconocimiento es total” dice Anna Romero, joven activista indígena de la comunidad guaraní Urbano Mariscal, ubicada en alto chaco, casi en la frontera con el país boliviano. No lo dice con enojo, sino con la certeza de quien se cruza a diario con miradas que no la ven.

En un país que alberga aproximadamente  siete millones de personas y, en cuyo territorio habitan 19 pueblos indígenas, el relato nacional parece tener espacio para una sola cultura: la mestiza. Con su guaraní jopara, mitos domesticados, fiestas patrias y calendario católico, la idea de “lo paraguayo” se impuso como única, borrando todo lo que no encaja.

Los pueblos indígenas —quienes estaban aquí mucho antes de que existiera un Estado paraguayo— muchas veces se ven reducidos a menciones escuetas en libros escolares, apariciones esporádicas en medios y una ausencia persistente en las conversaciones sobre políticas públicas. La imagen construida desde afuera, en la escuela, en los medios, en los discursos oficiales, es un reflejo que no devuelve su verdadera identidad.

Por eso entre los jóvenes del país abundan las lagunas: pocos pueden nombrar a más de un pueblo indígena, muchos asumen que  lo indígena es solo  lo guaraní y, casi nadie recuerda haber aprendido algo relevante sobre sus cosmovisiones, luchas o cultura.

Los pueblos indígenas en Paraguay: entre discriminación y otros desafíos

Hoy en Paraguay viven más de 140.000 personas indígenas, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2024). Pero ese número no alcanza para contar lo esencial. No hay una sola forma de ser indígena ni una sola historia que contar. Los 19 pueblos indígenas están agrupados en cinco familias lingüísticas, con lenguas, espiritualidades, formas de organización y territorios distintos. Cada uno sostiene una manera única de habitar el mundo. La tierra para ellos no es un recurso: es memoria, raíz, cuerpo, cuidado. Es vida.

Foto:César Coronel.

Foto:César Coronel.

Dentro de la familia guaraní están los Aché, Ava Guaraní, Mbyá, Paĩ Tavyterã, Guaraní Ñandeva y Guaraní Occidental —cada uno con una relación espiritual profunda con el monte, el tekoha, la palabra sagrada, los cantos, las caminatas rituales y la comunidad. La familia maskoy incluye a los Toba Maskoy, Enlhet Norte, Enxet Sur, Sanapaná, Angaité y Guaná, pueblos que han vivido históricamente en el Chaco y que hoy enfrentan desafíos enormes por la pérdida de sus territorios, la contaminación y la falta de acceso a derechos básicos.

En la familia mataco-mataguayo están los Nivaclé, Maká y Manjui, con conocimientos profundos en caza, medicina ancestral, cerámica, narrativas orales y sistemas propios de organización. Por la familia zamuco se encuentran los Ayoreo, entre ellos los totobiegosode, en aislamiento voluntario, así como los Yvytoso y Tomárâho, guardianes de mitologías vivas que relacionan el cielo, el bosque y la memoria de los primeros tiempos. Y en la familia guaicurú están los Qom, quienes mantienen prácticas ancestrales ligadas al río, la pesca, el canto ceremonial y la vida colectiva.

Están quienes siguen en sus territorios, resistiendo en comunidad. Están quienes migraron a la ciudad para buscar oportunidades, como las mujeres que venden artesanías en las veredas del centro de Asunción, con su arte entre las manos. Están quienes enseñan, quienes sanan, quienes lideran organizaciones, quienes debaten en asambleas o alzan su voz en las manifestaciones. En un país que muchas veces les niega espacio o los menciona sólo desde la carencia, estas comunidades afirman otra manera de estar: desde la dignidad, desde la diversidad, desde la vida en comunidad. Porque sin territorio no hay vida. Y sin vida, no hay futuro posible.

Más allá de sus diferencias, comparten  una historia larga de despojo: pérdida de territorios, desplazamientos, violencia y discriminación. Sin embargo, sus lenguas siguen vigentes, ellos las hablan y las transmiten de generación en generación, celebran sus rituales, demostrando que su cultura está viva, que sus tiempos y el de la tierra siguen siendo certeros.   Sus reclamos no pueden ser ignorados, porque la identidad de cada pueblo indígena depende de ello, de preservar sus culturas para seguir cuidando la tierra, el territorio y la vida. Encasillar toda esa diversidad no es un simple error,  es un síntoma de una enfermedad que arrastramos desde hace 532 años.

La Constitución Nacional del Paraguay en su artículo 62 “reconoce la existencia de los pueblos indígenas, definidos como grupos de cultura anteriores a la formación y organización del Estado paraguayo. Para Anna ese es un pequeño avance, pero asegura que no es suficiente y que la población no indígena —o paraguayos— insiste en una superioridad que no permite avanzar y que intenta borrar la cultura indígena.

”Después de ese reconocimiento hasta hoy seguimos luchando para convivir en armonía, y cuesta todavía cuando la población no indígena se cree superior de alguna manera”, explica. “Esa superioridad hace que nos vean como pueblos minoritarios, empobrecidos, que están perdiendo todo lo que era rico para ellos. Entonces van acabando de alguna manera con esa ideología que es propia, nuestra. Van acabando con nuestra cultura que es lo más sagrado para nosotros.”

La superioridad de la cual habla se traduce en una falta de consideración hacia la identidad indígena. Asegura que en situaciones cotidianas sigue sintiendo la discriminación, ejemplificando: “A veces me pasa mucho cuando voy en los colectivos, como hablan o se expresan todavía hasta hoy. Se refieren de una manera despectiva a una persona que tiene una identidad propia. Porque al final nos etiquetan como indios todavía, en su ignorancia lo siguen manteniendo y refuerzan esa discriminación constante.”

¿Qué tanto sabemos los jóvenes sobre los pueblos indígenas en Paraguay?

En una encuesta aplicada a jóvenes de entre 18 y 30 años, más de la mitad (56 %) no pudo responder correctamente cuántos pueblos indígenas existen en Paraguay, y varios no lograron nombrar ni uno solo. Uno de los encuestados mencionó incluso a los “maya”, un pueblo originario de Mesoamérica que jamás habitó esta región del sur. El dato no genera burla, sino preocupación: ¿cómo se puede valorar lo que no se conoce?

Foto:César Coronel.

A pesar de estas lagunas, hubo una señal alentadora. Un 86 % de los participantes reconoció que en Paraguay existen varias lenguas indígenas además del guaraní. Sin embargo, un 14 % todavía cree que todos los indígenas hablan guaraní, reforzando una confusión común entre las lenguas indígenas, lo guaraní y lo paraguayo. En el relato nacional, estos términos se mezclan y se simplifican, dejando fuera la diversidad real de los pueblos que habitan este territorio.

Esa confusión tiene raíces profundas. Miguel Ángel Verón Gómez, Doctor en Lengua Guaraní, escritor bilingüe y miembro de la Academia de la Lengua Guaraní, lo resume así:

“Yo creo que en las escuelas no se enseñan las culturas indígenas. Vivimos en un país muy racista, muy eurocentrista. Un país que prácticamente niega nuestras raíces indígenas. Y cuando se enseñan, lamentablemente se hace desde la confusión: se presentan como cultura o creencias guaraníes, por ejemplo, los mitos de los siete hermanos sietemesinos, que no son indígenas, son mitos paraguayos, criollos. Incluso salen en los periódicos como si fueran parte de la cosmovisión indígena, cuando no lo son.

Poco o nada se transmite. Es lamentable. En los libros de historia se habla en pasado: los indígenas vivían, los indígenas hacían, como si ya no existieran. Pero en Paraguay, aunque representen poco más del 2 % de la población, están, existen, tienen culturas, lenguas, y muy poco las conocemos.

Hay una mirada muy occidentalista, muy poco abierta a valorar lo propio, lo nuestro. Los niños, los alumnos, son abiertos a recibir todo. Si se les cuentan las culturas de los pueblos del mundo, las reciben con interés. Pero el problema está en las élites, en el propio Ministerio de Educación, en los técnicos que elaboran los programas y contenidos”.

Foto: Agencia IP

Ese interés que menciona el docente no es aislado: el 74 % de los jóvenes encuestados afirmó que le gustaría aprender más sobre los pueblos indígenas. El problema parece no ser la falta de interés sino la falta de espacio para ese conocimiento.

Si hay un lugar donde las personas deberían aprender sobre la riqueza cultural del Paraguay, es en la escuela. Pero lo que muestran las respuestas de la encuesta es que, cuando se trata de los pueblos indígenas, ese espacio suele fallar.

El 80 % de los jóvenes consultados afirmó que en la escuela apenas se mencionó el tema, o que directamente no se habló de los pueblos indígenas. Solo uno de cada diez dijo haber recibido algún tipo de enseñanza más estructurada. En lugar de ampliar la mirada sobre la diversidad del país, la escuela parece limitarla al guaraní como lengua nacional y a un par de referencias históricas vagamente recordadas.

La invisibilización no es casual ni reciente: es parte de un proyecto que empuja las culturas indígenas hacia los márgenes del relato nacional. Mientras los pueblos originarios siguen vivos, resistiendo y transmitiendo saberes, la educación formal los reduce al pasado o los disfraza de folclore. Reconocer esa omisión —y transformarla— es un paso necesario si queremos habitar un país más justo, donde la diversidad se conozca, se valore y se enseñe con verdad y respeto.

Arete Guasu. Foto: Agencia IP

Expresiones culturales que persisten

Anna destaca entre las festividades del pueblo guaraní al Arete Guasu, donde los vivos personifican a sus ancestros y deidades. A través de danzas, cánticos y máscaras —agüero—, los muertos regresan para habitar el presente. Cada máscara se elabora con elementos recolectados del territorio en el que habitan: pieles, plumas, huesos, plantas. Pero esos materiales no se toman sin más: “El uso de las personificaciones es gracias a que nosotros pedimos permiso a la tierra, para utilización de las plumas, las pieles de los animales, las plantas también que utilizamos como representación de nuestros ancestros, de nuestra espiritualidad. Y también para la instrumentación en la parte de la música”, nos cuenta Anna. “ Lo esencial, no solamente de los 19 pueblos indígenas que existimos acá en Paraguay, si no del mundo indígena como tal en toda latinoamérica es: tierra, territorio y vida. No hay nada más que eso, engloba todo lo que es el mundo indígena como tal.”

Sin embargo, esta práctica ancestral, en la actualidad  enfrenta nuevas restricciones. Muchas veces, debido a leyes generalizadas y sin perspectivas de culturas, los indígenas reciben denuncias por parte de personas ajenas a la comunidad. No pueden ir al bosque y realizar máscaras de madera, no pueden cazar o utilizar los elementos que la tierra les regala. Ante esa imposibilidad, algunas comunidades comenzaron a usar telas, plásticos y otros elementos modernos.

Destaca que frecuentemente publican en redes sociales videos del Arete Guasu, buscando difundir e inmortalizar esta celebración tan especial. Pero, muchas veces se enfrentan a críticas por el uso de pieles animales. “Recibimos odio en redes sociales por eso, y hasta denuncias”, cuenta. “De menonitas, paraguayos… personas que no pueden comprender la dimensión de esta festividad.

Claudelino Basybuky Balbuena, indígena del Pueblo Yshir, se desempeña como Director de Asuntos Indígenas de la Secretaría Nacional de Cultura. Desde su dirección, trabaja en la  visibilización de la diversidad cultural que tienen los pueblos indígenas; identificarlos y respetarlos. Nos comenta que, las casas religiosas o casas de la cultura de los pueblos indígenas, sufren atropellos  y muchas veces ni la parte policial tiene conocimientos para interceder de forma justa.

“Un ejemplo, para ustedes la gente blanca, la iglesia es sagrada, y si alguien toca esa parte o rompe o quema, a esa persona le mandan a la cárcel. Para nosotros las casas culturales y nuestros territorios sagrados, son lo que más valoramos. Pero a veces la gente blanca, así nosotros le decimos a ellos, a veces vienen y atropellan esa parte, queman todo.”

Fotos: César Coronel.

Muchos de los ritos y festividades de los pueblos indígenas, hacen al patrimonio cultural inmaterial de la nación. Reconocer y proteger estas expresiones culturales es fundamental para garantizar que las tradiciones y saberes indígenas sigan siendo parte viva de nuestra sociedad. El respeto hacia el patrimonio es también un acto de justicia y reconocimiento hacia los pueblos que han cuidado la tierra y sus costumbres por generaciones.

Las palabras de Anna y Claudelino dejan una huella profunda. No solo por la claridad con la que explican los desafíos que enfrentan los pueblos indígenas, sino por la fuerza con la que defienden su identidad, sus derechos y su cosmovisión. Escucharlos interpela: no se trata solo de reconocerlos, sino de revisar con honestidad el lugar que ocupan —o no ocupan— en el relato nacional.

La percepción social y una futura representación mediática

Al mostrar un videoclip del Arete Guasu a un grupo de estudiantes de periodismo, la reacción fue unánime: asombro. Nadie supo de qué se trataba, ni había visto algo así antes.

“Realmente lo que más me llamó la atención fueron los instrumentos que tenían”, dijo Mariana, estudiante universitaria. Agustín, su compañero, agregó: “Me impresionó mucho que el tambor tuviera el caparazón de una tortuga”.

“Solo me hablaron del guaraní y los guaicurúes en una clase”, recordó Agustín. Mariana fue aún más clara: “Del colegio, nada. Lo poco que sé, me contó mi abuela”.

Foto: Guaraní Urbano Mcal.Estigarribia

Ambos coinciden en que les gustaría aprender más. “Hay mucha historia ahí, y a nosotros no nos enseñan”, dice Mariana. “Yo creo que sí, teniendo en cuenta que tenemos dos idiomas —el español y el guaraní— y que la mayoría de los indígenas habla guaraní”, suma Agustín, sin notar que esa afirmación también encierra una generalización.

La investigadora Adriana Puiggrós sostiene que la escuela reproduce la identidad nacional hegemónica, y que muchas veces funciona como una herramienta para “normalizar” lo diferente en lugar de valorarlo. En esa línea, lo indígena —si aparece— lo hace desde una perspectiva folklórica o como capítulo del pasado, pero no como sujeto activo del presente.

La escuela no es el único espacio donde aún queda trabajo que hacer. En general, los contenidos sobre pueblos indígenas aparecen poco en la esfera pública, y cuando aparecen en los medios de comunicación suele ser enmarcados en contextos de pobreza y conflicto. Esto influye dentro de la percepción de la sociedad.

Según la encuesta, el 38% afirmó que casi nunca encuentra en medios de comunicación noticias o contenido relacionado a los pueblos indígenas. Sumado a esto, el 48% asegura que se los menciona solo en contextos de conflicto. Prácticamente nadie los recuerda apareciendo en noticias con un enfoque positivo, cultural, educativo o como protagonistas de su propia historia.

Una de las jóvenes encuestadas expresó: “Lo único que veo es cuando hacen manifestaciones y cortes de ruta. Solamente eso.”

Otro agregó: “Esto va a sonar muy mal —dijo Agustín— pero lo primero que escuché fue gente que se quejaba de que los indígenas pedían plata en los semáforos. Decían: ‘ay, estos otra vez’.

Lo que no muestran los medios —sus lenguas, sus rituales, su arte, su conocimiento— se vuelve invisible para gran parte de la sociedad. Y lo poco que se muestra, se reduce a estereotipos que refuerzan una mirada paternalista o criminalizante.

Escuchar estas voces jóvenes, futuras y potenciales generadoras de contenido, revela una oportunidad ineludible: si quienes se están formando en comunicación acceden a herramientas que integren la historia, la diversidad cultural y las realidades contemporáneas de los pueblos indígenas, estaríamos en mejores condiciones de contribuir a una sociedad más plural, informada y justa.

Comunicar no se limita a narrar lo visible. Implica decisiones profundas: qué se muestra, cómo se nombra, desde qué lugar se mira. En ese sentido, el periodismo no puede ser ajeno a la responsabilidad de ampliar el marco, de cuestionar los relatos heredados, de incluir a quienes han sido sistemáticamente silenciados.

Como señaló Anna, es necesario que los contenidos educativos —y por extensión los enfoques comunicativos— incluyan las perspectivas indígenas. “La historia jamás se contó desde nuestra mirada. Nunca estudié los imperios indígenas que existieron, ni qué pasaba con nuestros pueblos durante las guerras. Siempre nos enseñaron desde el eurocentrismo”. Su reclamo apunta a algo estructural: una narrativa nacional que omite las experiencias indígenas, incluso cuando estas fueron parte activa de momentos fundamentales del Paraguay. “Gracias a nuestras prácticas culturales también se sostuvo la guerra del Chaco, pero esa parte nunca se dice.”

Foto: César Coronel.

Reconocer lo que no se sabe no significa retroceder: es abrir una puerta. Si en las aulas se empieza a comprender que los pueblos indígenas no son figuras externas sino parte esencial del entramado nacional, entonces será posible construir una narrativa más fiel, menos estereotipada, más humana. Una narrativa donde los pueblos originarios no queden al margen, sino que ocupen el lugar que siempre han tenido: actores centrales de la historia y la vida de este país.

Compromisos para la visibilidad y el respeto

La visibilización y el respeto hacia las culturas indígenas requieren más que palabras: necesitan políticas públicas concretas, articulación interinstitucional y una comunicación que transforme percepciones. En ese sentido, desde la Secretaría de Cultura se desarrollan iniciativas que buscan fortalecer y proteger el patrimonio cultural indígena.

Claudelino, responsable de estas acciones, destaca que “trabajamos de manera interinstitucional con el INDI y otras instituciones para documentar ceremonias, hacer grabaciones, fotografías y declaraciones patrimoniales. Todo con el objetivo de que la sociedad reconozca y respete los derechos de los pueblos indígenas”.

Además, explica que él por su cuenta, impulsa charlas y seminarios para difundir las culturas indígenas, la Diversidad de Danzas Tradicionales de los 19 pueblos, llevado a universidades para ampliar el conocimiento y la valoración cultural.

“También buscamos reconocer a los ‘tesoros vivos’: los abuelos y abuelas que guardan los saberes ancestrales, como las plantas medicinales o las comidas típicas. Ellos son la base cultural de las comunidades, y su reconocimiento es fundamental para preservar y difundir este patrimonio intangible.”

La Declaración de “tesoros vivos” se inscribe en un esfuerzo más amplio de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC) por valorar el patrimonio cultural inmaterial de los pueblos indígenas. En febrero de 2022, la Resolución SNC N.º 19/2022 declaró las prácticas del pueblo Paĩ Tavyterã —rituales, saberes medicinales, artesanía y partería tradicionales— como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional. En noviembre de ese mismo año, cinco manifestaciones culturales del pueblo Aché —entre ellas los “gritos de cacería” y la cestería artesanal— recibieron igual reconocimiento en el marco de la Semana Cultural Aché. (SNC, 2022).

En agosto de 2023, la Resolución 224/2023 extendió la protección a la medicina y partería tradicional y a las técnicas de cestería de las comunidades Sanapaná, Angaité y Enxet Sur. Asimismo, en 2023, el pueblo Yshyr (Ishir) —conocido por su tradición en cestería, tejido textil, partería y medicina tradicional— fue incluido en la Resolución 160/2023 como patrimonio cultural inmaterial nacional (SNC, 2023).

Más recientemente, en septiembre de 2024, las danzas y cantos de las mujeres Nivachei (pueblo Nivaclé) fueron declarados patrimonio inmaterial, junto con su reconocimiento como “Tesoro Nacional Vivo” bajo la Resolución 628/2024 (SNC, 2024).

Para los pueblos indígenas, estos reconocimientos no son meros gestos simbólicos: significan visibilidad, aval institucional y la posibilidad de acceder a recursos para sostener sus prácticas. Lo que Claudelino subraya —mediante la atención a los ancianos, los talleres en universidades y la difusión pública— responde directamente a tres principios fundamentales: territorio, tierra y vida. Esa tríada no solo define la esencia cultural, sino el corazón mismo de las políticas necesarias.

Estas acciones, enmarcadas en la Ley 3051 de 2006, buscan generar un cambio cultural y social profundo, basado en el respeto a la lengua, la identidad y la historia de cada pueblo. La Ley Nacional de Cultura reconoce la cultura como un derecho fundamental y un motor para el desarrollo humano sostenible, asignando al Estado y a la Secretaría Nacional de Cultura la responsabilidad de promover políticas que fomenten la participación inclusiva y el respeto a la diversidad cultural e interculturalidad. Además, enfatiza la protección y difusión del patrimonio cultural material e inmaterial, especialmente el de los pueblos indígenas y comunidades tradicionalmente marginadas, con el fin de fortalecer una ciudadanía cultural plural y activa (SNC, 2006).

Danza Nivachei. Foto: Secretaría Nacional de Cultura

Por otro lado, nos encontramos con una falta de acceso público a planes y líneas claras de política cultural con enfoque indígena. Al intentar consultar información oficial en Internet sobre las acciones de la Secretaría Nacional de Cultura, no encontramos recursos sistematizados ni estrategias claras. Esto reduce el alcance del trabajo institucional.

Sin embargo, algunas iniciativas muestran señales positivas en cuanto a descentralización y participación. Un ejemplo concreto son los “Talleres Culturales Paĩ Tavyterã: Tejiendo Sabiduría Ancestral”, realizados en la comunidad Yvypyte, que fortalecen el legado textil y medicinal del pueblo Paĩ Tavyterã con la participación de sabios locales reconocidos como Tesoros Humanos Vivos. Esta actividad fue posible gracias al apoyo de los Fondos de Cultura de la Secretaría Nacional de Cultura y al acompañamiento de la organización Tape Ayvu, y demuestra que cuando se canalizan recursos culturales hacia comunidades indígenas, se generan espacios seguros para la transmisión intergeneracional de saberes (Raíces Vivas, 2025).

En un país donde muchos aún desconocen cuántos pueblos indígenas existen, resulta urgente replantear lo que se enseña, se difunde y se protege. Habitar el mismo territorio implica una responsabilidad compartida. Y esa herencia cultural que a menudo se relega o se reduce a una sola imagen, forma parte de lo que somos todos. No le pertenece a un solo pueblo, sino a 19.

Reconocer a los pueblos indígenas, escucharlos y proteger sus saberes no es solo una deuda histórica. Es también una forma de justicia presente y un acto esencial de cuidado hacia la diversidad que sustenta nuestra identidad colectiva.

Nota metodológica

Este reportaje fue elaborado por las alumnas del 4to año de la Licenciatura en Periodismo; Auxiliadora Báez e Isabela Marini, a partir de una investigación periodística desarrollada entre mayo y julio de 2025 como parte del examen final de la cátedra: Periodismo de Investigación I, a cargo de la prof. Myriam Yore. Se aplicó una encuesta a 50 jóvenes de entre 18 y 30 años para conocer su percepción sobre los pueblos indígenas en Paraguay. Se realizó un grupo focal con dos estudiantes universitarios, además de entrevistas en profundidad a una lideresa indígena, un docente especialista en lengua guaraní y el director de Asuntos Indígenas de la Secretaría Nacional de Cultura. El trabajo se complementó con revisión documental y análisis de discurso público.

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