La espera se hizo muy larga para la pequeña guerrera

Entrevista a María Elena Riquelme, mamá de Anita Almirón

Texto: Sandra Alvarenga
Foto: Internet

“Dejame dormir que estoy muy cansada”, fue la última expresión de Anita, según nos cuenta María Elena Riquelme de Almirón, madre de la pequeña. Anita, que esperó un largo tiempo la llegada de un trasplante de corazón, falleció el 10 de abril de 2013, aproximadamente a las 11 de la mañana, víctima de una enfermedad llamada miocarditis dilatada.

Su espíritu inquebrantable y su madurez precoz la caracterizaban y la posicionaban como un gran ejemplo de lucha. La niña, reconocida por su alegría y carisma, estuvo en los medios durante los dos años de su enfermedad y fue motivadora de campañas de donación de órganos y del incremento de donadores voluntarios registrados en el Instituto Nacional de Ablación y Trasplante (INAT)

-¿Cómo se manifestó la enfermedad?
-Los médicos siempre nos dijeron que era alérgica, y seguía tratamiento con un neumólogo, hasta que, en una de sus crisis cianóticas, una pediatra descubre su miocarditis. Los problemas respiratorios eran a raíz de su patología, verdaderamente.

– ¿Cuánto tiempo lucharon contra la enfermedad?
-Contra la enfermedad luchamos 2 años y un mes. Desde que supimos de su miocarditis, el 21 de marzo de 2011, hasta el de 10 de abril de 2013.

-¿Pudieron notar algún tipo de cambio en el comportamiento o en los pensamientos de Anita, comparando el antes y el después de la enfermedad?
-Sí, ella desde el principio afrontó con mucha fuerza y fe su enfermedad. Seguía al pie de la letra su tratamiento, tanto en medicación como en restricciones. Ella no podía consumir ningún alimento con sodio, y al saberse que prácticamente todo lo deseado por los niños y niñas tiene ese ingrediente, fue difícil para ella negarse a eso, pero siempre lo hizo con responsabilidad y convencimiento propio. Se convencía que eso le hacía mal y que debía aguantarse a cosas que le encantaban como chocolate, papas fritas, etc.

-¿Cómo la vieron lidiar contra la enfermedad?
-Lidió contra su enfermedad con muchísima madurez. Nosotros la veíamos tan grande, a pesar de su corta edad. Su mirada se volvió más carismática. Ella conocía todo sobre su enfermedad y, a pesar de sentir dolor prácticamente todo el tiempo, ella siempre estaba con una sonrisa y una palabra de aliento y fortaleza para todos los que estábamos a su alrededor. Cuando perdíamos las esperanzas o las fuerzas, ella las renovaba, siempre con una fe inagotable en Dios y en la humanidad, esperando hasta el último suspiro un gesto de amor que le permitiera seguir iluminando con su luz.

-¿Recordás alguna actitud o hecho en particular que haya demostrado su madurez?
-Ella demostraba su madurez todos los días en cosas cotidianas, conocía cada remedio y la hora en la que debía tomarlo y era perfectamente capaz de decirte cómo se sentía, la mayoría de las veces, con términos médicos. Pero recuerdo especialmente dos situaciones inolvidables para mí. Estábamos en un cumpleaños y una mamá le dice a su hijo que le dé su turno a Anita para la carita pintada, porque ella estaba enfermita. Al instante, Ana se dio vuelta y, mirando fijamente a la señora, le dijo: “Yo no estoy enferma, solo tengo miocarditis, y Jesusito en cualquier momento me va a curar”.

La segunda anécdota fue cuando ella estaba internada en terapia, cerca del año nuevo. Le trajeron de regalo un turrón, su preferido, y cuando le pregunté si quería comer, me preguntó cuánto de sodio tenía, para poder comer tranquila.

-¿Recordás alguna situación especial del día en que ella partió?
-Ese día fue muy especial. Cuando su papá se despidió de ella para ir a trabajar, le dio un beso y le dijo: “Te amo papi, ¿vas a venir a almorzar?”, cosa que hacía tiempo ya no le preguntaba, para que él no se sintiera presionado; pero ese día, para la hora del almuerzo, ella ya nos estaba dejando. Por mi parte, lo último que me dijo ese día fue: “Andá nomás mami a ayudarle a abuela, dejame dormir que estoy muy cansada”. Yo le hice caso y, sin saberlo, estaba viendo los ojitos color cielo de mi bebé por última vez.

Los días cercanos a su partida, contemplaba el jardín y el cielo desde la ventana con más detenimiento.

-¿Hay alguna frase o pensamiento en particular que represente a Anita?
-“Jesusito me va a curar”. Su fe era inmensa, ella era nuestro pilar para luchar. Tenía tantas ganas de vivir y volver a llevar una vida normal, que no se permitía bajar los brazos.

-¿Tenés algún mensaje que dejar a la ciudadanía sobre tu experiencia?
-La vida de una persona que espera un trasplante es muy difícil, las esperanzas de un gesto de amor para seguir viviendo son enormes, pero al prolongarse tanto esa espera, uno va perdiendo esa esperanza. Las personas que tienen la posibilidad de dar vida o mejorar la calidad de vida de otros, deben hacerlo con toda confianza y con el convencimiento de que con la donación lograrán que la vida de su ser querido siga proyectándose en otros seres que tanto necesitan.

Decir sí a la donación es decir sí a la vida; decir sí a devolver la luz a los ojos apagados por la falta de esperanza y el sufrimiento, de una persona que espera, es regalarle la oportunidad de vivir con dignidad y conocer los placeres de la vida, los mismos que su ser querido disfrutó; donar, para la persona que lo recibe, significa una noche sin temerle a la muerte, una oportunidad de vivir, de amar, de agradecer, una oportunidad de sentir como otra persona, la misma que ahora está en su interior.

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