Nota: Guadalupe Acosta
Pongamos el hecho en crudo: desnudaron a un chico, lo golpearon y le raparon el cabello. El motivo fue uno y único: tenía que tener un corte varonil.
Cuatro chicos del Colegio Nacional de la Capital (CNC) fueron acusados de perpetrar una acción tan atroz como la que acabo de citar. Lo preocupante no solamente es el daño físico y psicológico que ocasionaron a otro ser humano, sino que ellos creen estar haciendo lo correcto.
Hace aproximadamente 30 años nos jactamos de vivir en “democracia”. Pero la verdad es que en lo profundo de nuestras entrañas una práctica terrible sigue latente: el autoritarismo.
Durante el régimen de Stroessner, ser diferente no era una opción. Anda sin barba, o sos comunista. Y, si sos comunista, ya estabas calificado como “terrorista”. Anda con pelo corto, porque o sino, sos homosexual. Si sos homosexual, sos un “amoral”. Y, si jodes con las reglas y te atreves a mostrar tus diferencias, entonces plomo.
Era la época de la uniformidad. Tiempo que marcó estereotipos machistas y dictatoriales que siguen rigiendo varias de nuestras acciones. Es devastador ser testigo de este tipo de atrocidades cuando en teoría vivimos en una época de libertades.
Cuando supuestamente existe un Estado que tiene como principal tarea la de proteger la dignidad de cada uno de nosotros. Cuando uno tiene la esperanza de que estas nuevas generaciones sean diferentes, tolerantes, respetuosas y se cuiden unas a las otras. Grande es la decepción que nos llevamos cuando somos conscientes que aquellos jóvenes que humillaron hasta más no poder a su compañero creen que hicieron bien. Creen que es correcto imponer a los demás una forma de ser. Creen que para ser “lo suficientemente hombre” se debe tener el cabello al ras, como los milicos. Creen que lo diferente, lo que sale de su esquema de normalidad, debe ser avergonzado, escondido y, si es posible, eliminado.
Este tipo de hechos son ya tan comunes, que tristemente fueron naturalizados y peor aún, aceptados. Entre sus argumentos, los acusados manifestaban que esta es una “tradición”, algo que “se hace nomás luego”, algo que para ellos fue por diversión y por ende “estaba bien.»
Agregado a todo esto, uno ya no sabe que pensar cuando se entera que luego de cometer un crimen de este tipo, son muchos quienes salen a defenderlos por la lógica del “amiguismo”. Donde el cuate, el kape que violó la ley sale libre (y hasta si quieren bien parado de dicha situación), mientras la víctima nunca recibe justicia ni la oportunidad de sanar.
Dentro de este ambiente de intolerancia que estamos viviendo en todos los ámbitos de la vida cotidiana, debemos hacernos una pregunta fundamental como comunicadores ¿Realmente terminó la dictadura? ¿O la misma sigue viva en el subconsciente de esta sociedad? De ser la respuesta positiva, solo nos queda seguir luchando utilizando las herramientas que tenemos a mano para lograr que despierte de su largo letargo el pensamiento crítico de la sociedad paraguaya y actos como estos no sean repetidos nunca más.