Texto y foto: Santiago Caballero.
Es muy grato ver en la geografía nacional los lapachos en flor y de diversos colores. Mucho antes de la primavera, los árboles nos ofrecen sus saludos en capullos multicolores. Esta misma sensación lo viví el pasado lunes 5 cuando acompañé, con un grupo de docentes del Instituto de Trabajo Social de la UNA, a los estudiantes en su marcha por la reivindicación de sus derechos. Con una animada y multitudinaria concurrencia, partimos desde la Plaza Italia, la misma que a mediados del siglo pasado fue la “terminal” de los ómnibus del interior del país. Comparto contigo uno de los estribillos que aún a la vuelta de los días, me resuena y me cuestiona: “Señor, señora, no sea indiferente. Se roba en la UNA en la cara de la gente…”
Efectivamente, no podemos estar indiferentes. El año pasado un sector, creo que mayoritario, de los estudiantes de la UNA destapó la olla. Contrariamente a lo que nos quieren hacer creer que no hay plata en la educación, mediante los estudiantes nos enteramos los jugosos salarios de las autoridades, de las secretarias, de los docentes y administrativos e incluso de los alumnos privilegiados. Estos, se aseguraban sus pagos basados no en la idoneidad, ni la honradez, ni en la constante superación, sino en la fidelidad a los de arriba, a las consignas de sus partidos, de sus líderes. Y suma y sigue de las otras formas de corrupción imperantes y que preparaban a perpetuidad.
Para ello, ¡oh sorpresa!, había que asegurar un Estatuto a la medida no de una universidad democrática, de cara a la formación de las nuevas generaciones, promotora del desarrollo, en permanente diálogo con las necesidades reales de la sociedad y basada en principios éticos como la honradez, la solidaridad. Nahaniri. Lejos de todo esto. El Estatuto debía asegurar que los órganos centrales del poder y de la gestión, no permita ninguna participación que pudiera cuestionar los privilegios de los de arriba y, además, que posibilitara los eternos rekutús.
Los estudiantes y muchos docentes sabíamos que los miembros de la cúpula del poder no iban a ceder ni un ápice. Sabíamos que se iban a basar en los viejos y manidos argumentos como que los jóvenes no tienen experiencia, que no pueden estar a la altura de los docentes y de los egresados, etc. etc. Lo cual es cierto. Pero también es cierto que el mismo cuestionamiento debiera aplicarse a los profesores y a los egresados pues éstos pueden exponer años de experiencia, de conocimientos pero no para el bien o el progreso sino para sus propios beneficios, de los de su color partidario, de sus padrinos.
“Me gustan los estudiantes porque son la lavadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura…”, cantábamos en los años 70. Hoy lo vuelvo a cantar. Y doy gracias a Dios porque me permite acompañar a la juventud; la que es capaz de sacrificarse, de afrontar las persecuciones del poder constituido pero que marcha con la frente en alto en pos de una universidad diferente, de un país diferente.