¿Por qué estamos tan mal de la cabeza?

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Nota:
 Celso Velázquez Oddone
Foto: Internet

¿Por qué a una gran parte de la sociedad paraguaya le importa más Venezuela que el propio Paraguay? ¿En nuestros país pio no hay también presas y presos políticos? O qué son los de Curuguaty, ¿figuritas? ¿Por qué Horacio Cartes recibe con todos los honores a la esposa de Leopoldo López (opositor venezolano) pero no le da la misma importancia a la madre de Edelio Morínigo? ¿Por qué no leemos diversas fuentes y consultamos la historia antes de repetir como loros los que nos dicta la televisión?
La sociedad paraguaya es muy peculiar. Niñas y niños empobrecidos duermen en la vereda y comen basura pero preferimos girar el rostro con incomodidad. Sin embargo, nos encanta opinar, sin conocimiento real de causa en la mayoría de los casos, sobre los problemas políticos de los países de la región. Tal vez, porque seguramente nos es más cómodo ver la paja en el ojo del vecino antes que la viga en el propio.
La mayoría del Paraguay es conservadora, de derecha y adscribe a valores tradicionales de la cultura judeo-cristiana. No saben un ápice de la historia política de los países de la región y sin embargo, con soberbia, repiten las fórmulas transmitidas por los medios de comunicación ligados a los centros de poder económico y financiero. Defendemos a muerte un modelo económico que no beneficia a todas y todos los habitantes  del país.
Actualmente existe un proceso judicial en torno al caso de la masacre de Curuguaty, un hecho de sangre con trascendencia política. Motivó la destitución de un presidente legal y legítimamente electo. Se trata de un caso político, con consecuencias políticas. Por lo tanto, las personas procesadas por el caso y las que están privadas de su libertad, son perseguidas políticas y presas políticas. Sobre ellas y ellos pesa una condena ejemplar y cantada: “que a nadie se le ocurra reclamar al Estado la recuperación de tierra malhabidas, porque allí estará el Estado para defender los intereses de quienes poseen tierra en exceso”.
Si aquellas campesinas y campesinos emprendieron, ante la inacción del Estado tras más de 120 viajes para presentar su reclamo en Asunción y emprendieron la reconquista de esas tierras en favor del pueblo, ¿No es una causa política?.
Si varios de ellos debieron emprender tres huelgas de hambre para obtener, para sus compañeras embarazadas, las mismas medidas que con facilidad obtienen Chicharö y Froilán, ¿no es un caso político?
Si el proceso está plagado de irregularidades y las propias Naciones Unidad, a través de su Alto Comisionado de Derechos Humanos pide una investigación imparcial e independiente, ¿No son acaso éstas y estos compatriotas, presos políticos?
¿Cómo es posible que la Conferencia Episcopal Paraguaya y el Rectorado de la Universidad Católica mantengan en el puesto de profesor de la Facultad de Derecho UCA al cuestionadísimo Jalil Rachid, hijo de una familia también beneficiada irregularmente con tierras y principal fiscal de la causa?
¿Se pronunciarán las autoridades nacionales al respecto del caso Curuguaty y el fiscal Rachid, o aún están rezagadas por la grosera intromisión en las elecciones municipales?
¿Soo Leopoldo López es preso político y en nuestro país no existe tal categoría de personas privadas de su libertad?
¿Recibirían las autoridades con la misma pompa a la madre de Edelio Morínigo, del cual ya casi nadie se acuerda por ser hijo de una familia humilde y a las y los familias del caso Curuguaty?

Ahora, porqué estamos tan mal de la cabeza

Tras 25 años de abierto el llamado “proceso democrático”, para algunos, en nuestro país las consecuencias culturales de la dictadura colorada de Alfredo Stroessner gozan de buena salud.
El divorcio de la persona de sus espacios públicos, la prohibición de reuniones de más dedos personas sin autorización de la Policía de Stroessner, el fomento al pensamiento único satanizando toda corriente alternativa, siendo etiquetada como “comunista”, son nociones que siguen más vigentes que nunca en una sociedad, francamente, de mayoría conservadora.
El miedo a pensar diferente y el miedo a debatir son preocupantes en todos los niveles de la sociedad. La universidad no está excenta.
Nos han hecho tanto daño, que la mayoría piensa que el simple hecho de debatir ideas contrarias es sinónimo de “conflicto”. “No se maten”, había sido el mensaje de una de las integrantes del Colegio Electoral durante el “debate” electoral de la campaña pasada. Debate entre comillas porque un debate como tal, no existió.
Otra noción fuertemente instalada es que cualquier persona que emita un mensaje contrario al pensamiento conservador de la mayoría, es un intento de censura o sanción. No. Si precisamente una de las mayores conquistas ciudadanas es la libertad de expresión, debemos estar dispuestos a asumir el desafío de debatir.
Y nos referimos a una libertad de expresión últimamente ultra dependiente de las redes sociales, porque de medios escritos, radiales o televisivos ni hablemos, porque los mismos se hallan concentrados en las manos de no más de diez propietarios.
Si una persona piensa que Leopoldo López es un preso político, y que la situación social, económica y cultural de Venezuela es peor que la de Paraguay, esa persona debe ser capaz de poder sostener eso con argumentos sólidos y desarrollarlos durante el mayor tiempo psoible, y no sólo balbucear dichos conceptos como si se tratara de las cuentas de un rosario.
La reciente visita de la esposa de Leopoldo López a nuestro país, recibiendo los honores y un gran espacio en agendas que suelen estar en otras ocasiones cerradas para el común de la gente, demuestra cuáles son los verdaderos intereses de la clase política.
Ver a la señora, en una foto con referentes políticos muy cuestionados como Óscar Tuma, Juan Carlos Wasmosy y Federico Franco (foto) constituye un acto de mal gusto para la minoría pensante y crítica del país, además de un error que delata la fata de asesoramiento a la señora Tintori, ya que si lo que busca es ganarse empatía, hubiera conseguido una fotografía con el plantel del Club Cerro Porteño.
La tarea de la semana sería investigar la historia de Venezuela, en el siglo XX y también a finales del mismo. Los intentos de golpe de estado por parte de Hugo Chávez, así como la participación de Leopoldo López en el golpe de Estado a Chávez en 2002.
Como estudiantes de Periodismo, de Comunicación, tenemos la obligación de recurrir a la mayor cantidad de fuentes posibles, escuchando y leyendo también a aquellas que no dependen de los intereses privados de empresas de comunicación, leyendo inclusive aquellas posturas con las que podemos no estar de acuerdo.
Y no solo como estudiantes, sino como cualquier persona que desea tener al menos dos dedos de frente.
Tratemos de no estar tan mal de la cabeza como sociedad, tratemos de promover el debate político, gran ausente en una Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas.

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3 comments to “¿Por qué estamos tan mal de la cabeza?”
  1. Me parece estúpida tu opinión sobre la situación de nuestro país, sobre porque nos preocupamos por la actual situación de nuestro vecino país. Es un problema internacional donde se debe resolver de manera urgente, no es algo que se debe dejar como secundario porque exige una postura. El país esta tomando sus precauciones sobre este conflicto que afecta de manera directa a Paraguay porque es parte del Mercosur, Venezuela esta quebrando acuerdos que no se tienen que quebrar. Que eso quede impune implica una participación en la misma. Que nos quedemos de brazos cruzados con los demás temas es nuestra culpa y nuestra obligación cambiar.

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